Cuando hablamos de monumentos naturales es inevitable pensar en los árboles, ya que se trata de los seres vivos más grandes y longevos que podemos encontrar y que han estado, por lo tanto, estrechamente vinculados a la historia de la humanidad desde el inicio de ésta
Cuando hablamos de monumentos naturales es inevitable pensar en los árboles, ya que se trata de los seres vivos más grandes y longevos que podemos encontrar y que han estado, por lo tanto, estrechamente vinculados a la historia de la humanidad desde el inicio de ésta. Como veremos más adelante, esta unión es muy fructífera y diversa ya que afecta a un sinfín de actividades del hombre: mitos, creencias, simbologías, fuente de alimentación, fuente de materiales para usos diversos, motivo de inspiración para artistas y de estudios para naturalistas, etc.
El área mediterránea y, en concreto, la Península Ibérica, conforma una zona excepcional debido a la gran diversidad de especies arbóreas que prueban este territorio. Se trata de uno de los núcleos más importantes del planeta en este sentido, por detrás de los tópicos. Esto es posible gracias a que las condiciones geográficas y bioclimáticas propician una gran variedad de hábitats, lo que implica diferentes vegetaciones potenciales. Tanto es así que en la península se encuentra el mayor número de especies arbóreas autóctonas diferentes de Europa. Esta característica aún realza más, si cabe, la necesidad de realizar una política de protección adecuada.
Dentro de esta riqueza natural, determinados árboles destacan por ser portadores de unos valores propios, intrínsecos, y que no encontramos en ningún otro ejemplar. Son los árboles monumentales o singulares, repartidos por toda la geografía y que escenifican perfectamente, en la mayoría de los casos, la fusión entre patrimonio natural y cultural. Son variadas las razonas por las que un árbol puede ser considerado como singular: poseer unas características morfológicas especiales, presentar un valor histórico, cultural, popular o religioso, tener su importancia científica, o importancia paisajística u ornamental. En la gran mayoría de casos, un mismo árbol reúne varios de los requisitos, si no todos, aunque no siempre es así. Nos encontramos, pues, ante un patrimonio valiosísimo, del que aún no hemos tomado del todo conciencia, y que debemos empezar a cuidar y proteger seriamente ya que se trata de figuras únicas, irremplazables, y a las que hay que sumar a su imponente presencia física un bagaje difícilmente cuantificable. Qué mejor que estos árboles a la hora de sensibilizar al público en general, y muy concretamente a los más jóvenes, acerca de la necesidad urgente de una correcta gestión y conservación de la naturaleza. Estaríamos de este modo cerrando el círculo y contribuyendo al mantenimiento de esa herencia común que nos pertenece a todos.
INDICE:
Capítulos introductorios: M. Arlés; G. Alcañiz y E.Sánchez. -
Fichas por comunidades: Andalucía: E. Cano (coord..); R. Hernández; A. Cano; M. Quintana; A. Pérez y M. Arlés.
Aragón: G. Alcañiz.
Asturias: J.Menéndez. Baleares: S. Canyís.
Canarias: B. Padrón.
Cantabria: R. Rodríguez.
Castilla La Mancha: E. Sánchez; M. Arlés y P. Sánchez.MA
Castilla León: G. Grande.
Cataluña: G. Alcañiz. Ceuta: R. Ugarte.
Comunidad Valenciana: E. Portolés. Extremadura: J. Cordero.
Galicia: A. Rigueiro. La Rioja: J. Martínez.
Madrid: G. Alcañiz. Melilla: M. Soria. Murcia: P. Sánchez.
Navarra: Y. Val.
País Vasco: G. Alcañiz